martes, 4 de septiembre de 2018

María Felicia de Jesús Sacramentado

            

 Así se llamaba en religión la joven paraguaya carmelita descalza beatificada en Asunción el pasado 23 de junio, cuyo encuentro definitivo con el Señor se dio en sus jóvenes 34 años de edad, el 28 de abril de 1959. En su país natal, todos la llaman "Chiquitunga"; como fue apodada por su familia y en sus círculos sociales.

A ejemplo del Sol de su vida que fue la Eucaristía, ella fue una víctima que se inmoló por Él, como laica comprometida con la Iglesia primero, y como religiosa de clausura después. "Me he ofrecido como pequeña víctima por los sacerdotes", refirió cierta vez.

Su espiritualidad sencilla y penetrante, va directo a lo esencial sin grandes rodeos, y está en consonancia con los vuelos místicos de las tres grandes Teresas: la Santa Madre Teresa de Jesús, Santa Teresita del Niño Jesús y Santa Teresa de los Andes. María Felicia de Jesús Sacramentado, sigue el surco abierto por ellas, muy especialmente por la de Ávila, la gran reformadora del Carmelo.

Como las tres, también la nueva Beata dejó escritos de profundo sentir cristiano y carmelitano. "Tengo sed de una entrega total", escribió. ¡Cuánta cosa está dicha en esta corta frase! Este es un ideal de vida, el más sublime que se pueda imaginar.

De los "Amigos del Carmelo Teresiano" se recoge una afirmación bellísima a propósito de ella: "su vida fue una Misa, en la escucha de la Palabra, en ofertorio, como consagración y como comunión". Ya próxima a su muerte llegó a escribir: "Si no fuera por este Pan, ese Pan de Vida, no sé lo que de mí hubiera sido". Jesús Sacramentado, de quien tomó el nombre, fue su fuerza, junto con María, a quien se consagró como esclava de amor.

Chiquitunga escribió un breve relato de vida que fue publicado por las Carmelitas Descalzas del Paraguay bajo el título de "Diarios Íntimos". Igualmente conocemos algunas poesías de encantadora simplicidad y densidad teológica, bien como 61 cartas escritas de su puño y letra.

En su pluma palpita un amor apasionado de combatiente. Ella no concebía la existencia vivida en mediocridad. A decir verdad, a cualquier bautizado se le pide integridad y no medias tintas; pero ella fue de los pocos que logran esa coherencia consumada, renunciando al amor humano y a promesas de bienestar personal y de prestigio social que tantas veces el mundo no deja de presentar, engañosamente, como alternativa.

No es el caso de retratar en estas líneas toda una vida que, aunque corta, fue fecunda. Apenas dejo aquí transcriptos unos versos que muestran su perfil eucarístico. Son rimas sin pretensión pero muy hondas. No son para nada de erudición académica o literaria; son versos de un niño o de una niña... de aquellos que entran -y solo ellos- en el reino de los cielos.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario